Voto en blanco, voto nulo y abstención: porqué vale lo mismo quedarse en casa que votar en blanco

Técnicamente no es lo mismo un voto en blanco, un voto nulo o, directamente, quedarse en casa. No lo es, por definición, pero a efectos prácticos, vale exactamente lo mismo.
Ninguno de los tres cuenta en la votación. Ninguna de las tres opciones incide en la representación que surja de las urnas. En esencia, es normal que la participación apenas se mueva un par de puntos arriba o abajo.
El voto nulo es aquel que se deposita en las urnas de manera errónea. Puede ser por haber incluido una papeleta que no toca, que esté defectuosa, contenga insultos o introducir un sobre con dos o más papeletas de distintos partidos. Este sobre no se contabiliza. Si bien es cierto que los votos nulos se dejan apartados para estudiar si puede considerarse válido o no en un recuento posterior.
El voto en blanco, por su parte, es aquel que incluye un sobre vacío. El ciudadano no encuentra entre el espectro electoral una postura que le represente o que se haya ganado su confianza. Este ciudadano, ha ejercido su derecho a voto y la legislación lo ignora no contando su voto en el reparto de escaños.
Por último, está el que se queda en casa, que a efectos prácticos consigue lo mismo que si hubiera depositado un voto nulo o en blanco.
Eso sí, cuando toca hablar de la participación, los políticos presumen de haber elevado la participación, aunque esta acabe en los votos en blanco y nulos.
Si el voto en blanco, que es un voto legítimo y legal, sí contase en el reparto de escaños, la opinión de queines no encuentran un partido que les represente sí tendría valor. Contaría a los mismos efectos que el resto de los partidos, con un 5% de votos en blanco, se lograría un escaño. A partir de ahí, tantas sillas vacías en las legislaturas como votos se reciban.
Sin embargo, todos los partidos políticos y sus representantes ignoran a los tres tipos de electores. Mientras presumen de haber recibido tal porcentaje de votos, olvidan que cerca del 30% de la población no ha confiado en ninguno de los que están sentados en los ayuntamientos y demás administraciones. Sea mediante el voto en blanco, nulo o directamente la abstención, no cuentan con el aval de esos ciudadanos para hacer absolutamente nada. Y eso debería contar, al menos, en aquellas decisiones de calado, para buscar el máximo consenso posible entre los concejales.
Por ejemplo, cada vez que PSOE y Ciudadanos aprobaban ordenanzas u otros asuntos de calado significativo para la ciudad, lo hacían representando sólo al 48% de los electores (el porcentaje de apoyo entre el conjunto de los ciudadanos es aún menor), frente al otro 52% aproximado que constituyen los votantes del resto de las formaciones, así como aquellos que no vieron en ningún partido político una opción viable para dirigir la ciudad.
Y no vale eso de decir que el que no vote no cuenta. Porque equivaldría a asumir que si no votas no tienes derechos y, en consecuencia, tampoco obligaciones.