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Una sanidad que mata a los mayores

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«A estas edades, ya se sabe». Esta es una de esas frases lapidarias con las que, algunos médicos, reciben en sus consultas a los pacientes de la tercera edad.

Todo un diagnóstico que, tras años de formación y experiencia se circunscribe, únicamente, a la fecha que figure en el Documento Nacional de Identidad.

Pero para eso no estamos pagando nuestra sanidad pública. Claro que no. Tras años de pago a nuestros sistema sanitario y, en algunos casos, con la suerte de haberlo pisado poco o nada, nos arriesgamos a acudir cuando lo necesitamos habiendo pasado nuestra fecha de caducidad para el sistema.

Como los malos productos, que se estropean el día después del plazo de la garantía, nuestra sanidad parece agilizar consultas o ahorrar costes apartando a nuestros mayores precisamente por serlo; por haber cometido la imprudencia de envejecer y, como consecuencia de ello, parecen no tener derecho a ser tratados con el mismo respeto y las mismas pruebas que el resto de la personas.

A partir de un determinado momento, no sabemos cual es la edad que para nuestros médicos nos convierte ya en seres caducos, enfermar es equivalente a una sentencia de muerte. Y eso, sencillamente, no puede ser así. Son miles las personas que, periódicamente, salen a la calle para reivindicar una sanidad pública de calidad, más recursos, más profesionales, mejores prestaciones… pero a veces se nos olvida que todo eso no sirve de nada si a las personas no se las trata como personas, sino como números, como dígitos en el DNI que ponen y quitan derechos en función de los años cumplidos.

En épocas de guerra no queda otra que priorizar heridos y decidir, por duro que parezca, a quién se deja morir. No puede ser que esta sea la política que se aplique en nuestro día día, no por las heridas, sino por la edad de quien acude a su centro de atención primaria o a sus urgencias.

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