«¡Elecciones cada año!» La triste realidad tras la frase más repetida por los españoles

El incesante aumento de obras, obras y más obras por todas las calles y rincones del territorio español, ha rescatado, como cada cuatro años, la famosa frase: «Tenía que haber elecciones cada año». Una expresión que equivale a decir que, solo cuando hay elecciones, la voluntad de los políticos se transforma en hechos.
Sin embargo, esta expresión y lo que la provoca, sugiere varios apuntes que invitan a la reflexión. La primera de ellas es el hecho cierto de las prisas por arreglar calles y maquillar ciudades. Si bien es cierto que algunos proyectos políticos están planteados para 4 años y la culminación suele coincidir con el fin del mandato, no puede obviarse el significado último de estas actuaciones. Los responsables políticos siguen pensando que lo importante es lo que se ve y que para que los ciudadanos votemos en masa, necesitamos ver calles reformadas. Tratar por tontos a los ciudadanos, lamentablemente, solía dar votos en el pasado y aún araña alguno en el presente.
Pero hay otra realidad que es más que evidente. Los políticos cambian su voluntad, aceleran sus pretensiones y se ponen a hacer algo cuando la fecha de renovación del contrato llega. La percepción del ciudadano no es falsa, con la llegada de las citas electorales todo parece acelerarse. Y no es que vaya rápido, va a la velocidad normal. Lo que ocurre es que a lo largo de los otros 3 años y medio, la administración pública camina al paso de la tortuga.
Es obvio. ¿Qué ocurría si cada uno de ustedes cobrase su nómina cada mes con independencia del trabajo que hicieran? ¿Si diese lo mismo entrar a su hora o no? ¿Si pudieran entregar sus trabajos tres meses tarde? Porque esto es lo que pasa en política. Un político puede permitirse ser torpe, incompetente, vago, lo que sea, y siempre saldrá con aquello de «ya juzgarán los ciudadanos en las urnas dentro de 3 años». Evidentemente, la realidad laboral que encirra a la política no tiene nada que ver con la realidad del resto de los ciudadanos.
Y mientras eso tampoco cambie, poco avanzaremos como sociedad. Los votantes deberíamos tener clarísimo el cronograma de actuaciones, esas que se intuyen sin concrección en los programas electorales, para poder juzgar y, llegado el caso, despedir a nuestros responsables políticos si estas no se han cumplido. Tanto en el Gobierno como en la oposición. Y es que la figura de fiscalización se ha convertido en un retiro dorado donde no exite apenas responsabilidad de nada.
La tarea de oposición debería ser aún más incisiva y cansada que la de gobierno. Porque, además de la parte propositiva, quien está el la oposición es el encargado de velar por el cumplimiento del trabajo del que gobierna, de que lo que se haga sea conforme a derecho, de que las corruptelas queden descubiertas y a la luz de todos. Pero nadie controla el trabajo y el esfuerzo de la oposición, con lo que, en muchos casos, esta tarea también parece resucitar cuando llegan las elecciones con propuestas y quejas que nacen por arte de magia tras cuatro años de silencio cómodo.
No, no es necesario que haya elecciones cada 4 años. Lo que sí es necesario es que los responsables políticos tengan su evaluación mes a mes, como el resto de los ciudadanos. Y al igual que los demás, puedan ser apartados de sus funciones por contravenir alguno de los artículos que figuran en el Estatuto del Trabajador, cuando éste no hace su trabajo o lo hace mal.